Corría el año 1924, un campesino anónimo llegó con el Sr. Tomás May, con la noticia de que en Tixhualactún se estaban juntando militares provenientes de Valladolid con el objetivo de darle un golpe a los indígenas de Kanxoc y despojarlos de las tierras que les había otorgado el gobierno de Felipe Carrillo Puerto.
En ese entonces en el pueblo todavía se encontraban una parte de las armas usadas en la guerra de castas. El General Tomás May ordenó que estas se repartieran entre los aguerridos kanxoquenses y a los jefes de familia para afrontar la situación, las mujeres se armaron con machetes y los jóvenes con piedras y palos, los niños y ancianos fueron salvaguardados en la iglesia.
Los militares llegaron confiados y se encontraron con el pueblo vacío, entraban a las casas y todas estaban vacías, fueron llegando al Centro y se formaron en filas, confiados de haber tomado el control de Kanxoc tan fácilmente.
De repente empezó a sonar la campana del cuartel municipal, el campanario estaba en el suelo, a un lado de un montículo de piedras que se usarían más adelante para construir el palacio, arriba del montículo se asomaron un centenar de escopetas y mosquetones escupiendo balas que derribaban a los militares.
Habia comenzado la emboscada, las campanas de la iglesia se unieron al son de los escopetazos llamando a los demás a luchar por la vida de sus familiares y para defender sus tierras, más hombres se unieron a la lucha hasta terminar con el último militar.
Ese día, el pueblo de KANXOC defendió su nombre como TIERRA DE VALIENTES, hombres de lucha, los del puño arriba, los que defienden a los suyos sin importar las circunstancias.
Desde aquel día, la campana del cuartel municipal está callada, esperando el día en que vuelva a hacer el llamado a la guerra, el llamado a matar la tiranía, al mal gobierno y a los opresores. (Por: José Ariel, Dc, F.Sda)