En medio del ajetreo del proceso electoral, un drama silencioso se despliega en Tizimín: la falta de enfermeros en el Hospital San Carlos.
La comunidad se ve sacudida por la protesta pacífica de estos trabajadores de la salud, quienes, al no renovarles sus contratos laborales por el gobierno federal, dejan un vacío crítico en la atención médica.
Sus carteles en mano, expresan su angustia: el gobierno estatal no ha firmado el convenio para la federalización de los servicios de salud al IMSS Bienestar, dejándolos desempleados y al hospital con carencias alarmantes de equipo y medicamentos.
El éxodo es inminente. Familias enteras se ven separadas mientras los enfermeros son reubicados en clínicas de Quintana Roo, donde sí hay convenios de salud.
Mientras tanto, en el Hospital San Carlos, los pasantes asumen responsabilidades abrumadoras, enfrentando turnos agotadores y pacientes críticos sin el personal ni los recursos adecuados.
Los relatos de carencias son desgarradores: salarios indignos, falta de equipo médico, escasez de especialistas y ambulancias, y una incertidumbre laboral que pesa sobre todos.
Y, paradójicamente, estos mismos héroes de la pandemia, que enfrentaron el miedo y la adversidad para cuidar a los enfermos, ahora se ven abandonados por el sistema que juraron servir.
Mientras tanto, las autoridades sanitarias apuntan dedos y esquivan responsabilidades.
¿Quién incumplió qué? La verdad queda enterrada bajo capas de burocracia mientras la comunidad sufre las consecuencias.
La incertidumbre, el cansancio y la indignación flotan en el aire de Tizimín, recordándonos que detrás de cada estadística hay vidas humanas en juego, y detrás de cada protesta hay una historia de sacrificio y desesperación.