En los pasillos de una secundaria en Valladolid, el sonido de notificaciones y risas contenidas mientras los alumnos miraban sus celulares era común. Sin embargo, no todas esas risas eran inocentes. En la sombra de las pantallas, mensajes hirientes, fotos compartidas sin permiso y amenazas silenciosas atormentaban a más de un estudiante. El ciberbullying estaba presente, invisible para los adultos, pero devastador para quienes lo sufrían.
Las autoridades escolares y municipales comenzaron a notar patrones inquietantes: bajones en el rendimiento académico, aislamiento, ansiedad en los jóvenes. Los reportes de acoso digital aumentaban y se necesitaba una solución inmediata. Fue entonces cuando se tomó una decisión radical: prohibir los celulares dentro de las escuelas.
Para algunos, la medida fue un golpe a su rutina. “¿Cómo voy a comunicarme con mis amigos?”, murmuraban los estudiantes. Para otros, fue un alivio silencioso. Sin teléfonos, ya no habría capturas de pantalla malintencionadas, ni rumores virales en segundos.
Denisse Flores Cruz, del departamento de Prevención del Delito de la Policía Municipal, explicó que la prohibición no se trata solo de restringir, sino de proteger. Sin acceso constante a los dispositivos, se evita que los estudiantes sean víctimas o cómplices de amenazas, grabaciones íntimas o publicaciones irresponsables que podrían arruinar vidas.
El cambio no quedó solo en las aulas. Los padres fueron llamados a participar, instándolos a supervisar el uso de dispositivos en casa y enseñar a sus hijos sobre los riesgos del mundo digital. Al mismo tiempo, los docentes reforzaron su vigilancia dentro de los planteles, y la Policía Municipal aumentó los patrullajes en las zonas escolares para garantizar la seguridad fuera de las instalaciones.
Días después de la implementación, algo inesperado ocurrió: las voces se escuchaban más en los patios. Los alumnos hablaban entre ellos, reían sin necesidad de una pantalla. La escuela volvió a ser un espacio para convivir cara a cara, sin miedo a que un mensaje hiriente los persiguiera hasta casa.
Quizás la tecnología nunca desaparezca del todo, pero en Valladolid, el primer paso para recuperar la seguridad en las aulas ya estaba dado. A veces, apagar el celular es la mejor forma de encender la conciencia.