Chichén Itzá, uno de los centros ceremoniales más importantes del mundo maya, guarda aún secretos que solo el tiempo —y la ciencia— pueden descifrar. En el corazón de esta ciudad prehispánica, en un antiguo chultún (depósito de agua) convertido en osario, un estudio reciente ha revelado algo tan insólito como inquietante: los niños sacrificados entre los siglos VIII y XI no eran originarios de la región maya de Yucatán.
El hallazgo, basado en el análisis detallado de 1,759 dientes pertenecientes a al menos 75 infantes de entre 3 y 14 años, ofrece una nueva mirada sobre las complejas dinámicas sociales, culturales y comerciales de Chichén Itzá en su apogeo.
Los dientes, esas pequeñas cápsulas de información biológica que sobreviven donde los huesos se fragmentan, fueron la clave. A través de un meticuloso estudio de morfología y morfometría dental, los antropólogos físicos del INAH, Alfonso Gallardo Velázquez, Martha Pimienta Merlín y Oana del Castillo Chávez, lograron establecer que estos niños no compartían rasgos dentales con poblaciones mayas conocidas del norte o del sur de las Tierras Bajas, ni con las Tierras Altas.
Esto sugiere una verdad incómoda: los niños no eran de aquí.
¿Quiénes eran entonces? ¿Y por qué fueron sacrificados?
Los investigadores ofrecen tres posibles explicaciones:
Inmigrantes sacrificados por los locales: Es posible que estos niños provinieran de comunidades migrantes asentadas en Chichén Itzá y que, por razones políticas o rituales, fueran ofrecidos en sacrificio por la élite dominante local.
Niños traídos desde lejos como ofrenda: Otra teoría plantea que fueron capturados o comprados en otras regiones para ser sacrificados en una ceremonia específica, lo que explicaría su origen foráneo y su corta estancia en la ciudad.
Sacrificios hechos por una comunidad migrante dentro de Chichén Itzá: La tercera posibilidad apunta a que una comunidad extranjera, posiblemente comerciantes asentados en la ciudad, haya mantenido sus propias prácticas rituales, incluyendo el sacrificio infantil.
El artículo, publicado en la revista Ancient Mesoamerica de la Universidad de Cambridge, no solo documenta un descubrimiento arqueológico, sino que abre una conversación más amplia sobre la diversidad cultural, la migración y la violencia ritual en el México antiguo.
Este hallazgo también conecta con otra revelación previa: estudios genómicos de los restos identificaron parentescos estrechos entre los niños, incluyendo dos pares de gemelos idénticos, un hallazgo rarísimo en contextos arqueológicos.
Hoy, siglos después, los dientes de estos pequeños siguen hablando. No solo de quiénes eran, sino también de las complejas redes sociales que tejieron el esplendor —y los sacrificios— de una de las grandes civilizaciones de Mesoamérica.