En la colonia Santa Rosa de Lima, Yucatán, el amanecer del domingo 19 de enero fue diferente. Eran las 6:30 de la mañana cuando un fuerte impacto rompió el silencio de la calle 54, entre 67 y 69. Una barda se derrumbaba, un automóvil permanecía detenido sobre la banqueta y, en su interior, un conductor dormía profundamente sobre el volante.
El choque y la calma rota
Los vecinos, acostumbrados a la tranquilidad de las primeras horas del día, salieron alarmados de sus casas al escuchar el estruendo. Frente a ellos, un Renault Clío blanco se había incrustado en la barda de una vivienda. El conductor, un hombre de 28 años, estaba visiblemente afectado por el alcohol y el cansancio.
El dueño de la casa afectada intentaba comprender la magnitud del daño mientras las miradas de los vecinos se acumulaban. Algunos comentaban en voz baja sobre el peligro de manejar en estado de ebriedad; otros, con sorpresa, notaban que el conductor seguía dormido incluso después del impacto.
Llegan las autoridades
En cuestión de minutos, patrullas de la Policía Municipal y Estatal llegaron al lugar, acompañadas por una ambulancia de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP). Los paramédicos revisaron al conductor, quien, milagrosamente, no presentaba lesiones graves. Sin embargo, el diagnóstico era claro: estaba bajo los efectos del alcohol.
Sin oponer resistencia, el hombre fue detenido y trasladado a la cárcel municipal. Su imprudencia, aunque no dejó heridos, dejó una huella visible en la barda destruida y en el susto de los residentes de la colonia.
Los daños y las consecuencias
Mientras tanto, peritos municipales evaluaban los daños en la vivienda junto con la propietaria. Se documentaron fotografías, se realizaron mediciones y se levantó un reporte formal para que el responsable respondiera por los costos de reparación.
La propietaria, entre el enojo y el alivio de que el accidente no traspasara más allá de su barda, observaba cómo los oficiales concluían su trabajo.
Reflexión en las calles de Yucatán
A medida que el sol iluminaba la escena, los murmullos de los vecinos se mezclaban con el rugido de los motores de las grúas que retiraban el vehículo. Una vez más, la imprudencia al volante, agravada por el alcohol, recordaba a todos los peligros de conducir bajo condiciones inadecuadas.
En la calle 54, la barda rota y el silencio que volvía dejaban una lección: la seguridad al volante no es solo una responsabilidad individual, sino una garantía de protección para toda la comunidad.