Cada mañana, desde muy temprano, doña Rosa camina hacia el mercado municipal “20 de Noviembre” con una lista en mano y un antojo en mente. Como muchas amas de casa del municipio, ella sabe que la carne de cerdo es un ingrediente indispensable en su cocina, y más aún cuando se acercan las festividades que llenan de aromas y recuerdos cada hogar.
El consumo de carne de cerdo ha crecido con los años, convirtiéndose en una parte esencial de la alimentación de muchas familias. Se estima que en los municipios cercanos se compran hasta cuatro toneladas diarias de este producto, una cifra que se duplica de agosto a diciembre. En estos meses, la tradición se impone: la preparación del pib en octubre y noviembre es una costumbre que une a generaciones, y el frijol con puerco de cada lunes sigue siendo un deleite infaltable.
A pesar de los cambios en la comercialización tras la pandemia, la demanda no ha disminuido. Ahora, además del mercado municipal, donde los matarifes ya cuentan con sus clientes habituales, es común ver puestos de venta en distintas esquinas de las colonias, donde las familias también acuden a comprar carne fresca.
El chicostilla es la pieza más solicitada, perfecta para dar sabor al frijol con puerco, seguido de la costilla y la pierna de cerdo, que se integran en múltiples recetas. Con precios que oscilan entre 130 y 140 pesos por kilo, y opciones más accesibles como el codillo y la pezuña a 70 pesos el kilo, este producto sigue siendo una elección preferida por su versatilidad y sabor.
Para doña Rosa, la compra de carne de cerdo es más que una transacción: es un ritual, un vínculo con su historia y una forma de asegurar que su mesa esté llena de tradición y amor. Mientras selecciona la mejor pieza para la comida del día, ya imagina a su familia reunida, disfrutando del platillo que ha pasado de generación en generación. Y así, con cada comida, la historia de la carne de cerdo sigue escribiéndose en los hogares del municipio.