María siempre creyó que el amor implicaba sacrificio. Desde joven, aprendió a callar y soportar. Su hogar, que alguna vez fue un refugio, se convirtió en un lugar donde el miedo y la incertidumbre la acompañaban cada día. Las palabras hirientes de su pareja se volvieron cotidianas, y con el tiempo, los golpes también. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, una pequeña voz le decía que merecía algo mejor. Pero, ¿por dónde empezar?
Un día, en una reunión comunitaria, escuchó hablar del Instituto Municipal de la Mujer (IMM) de Kanasín. “Nunca es tarde para romper el círculo de violencia”, decían. Esas palabras resonaron en su mente y, por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza. Con temor y dudas, decidió acercarse al instituto.
Al cruzar la puerta, fue recibida con una sonrisa cálida y una mirada comprensiva. Ahí encontró un equipo comprometido, liderado por Pamela Acosta Razo, que cada mes atiende a unas 40 mujeres como ella. “No estás sola”, le dijeron. Con ayuda psicológica, María comenzó a reconstruirse. Aprendió que su voz valía, que sus sueños importaban y que la violencia no era una condena.
El IMM de Kanasín no solo le ofreció apoyo emocional, sino también herramientas para su independencia y bienestar. Poco a poco, María encontró la fuerza para salir del ciclo de abuso y empezar una nueva vida. Su historia es solo una de muchas, pero cada paso que da es un testimonio de que el cambio es posible.