El silencio en Mopilá no es nuevo, pero desde hace unas semanas se siente distinto. Más pesado. Más triste. Donde antes se alzaba la fachada de la iglesia colonial construida por franciscanos en el siglo XVII, hoy yacen escombros, huecos frescos en los muros y arcos mutilados. La comunidad, perteneciente a Yaxcabá, observa cómo su patrimonio se desmorona tras un saqueo que, aunque denunciado, parecía anunciarse desde años atrás.
Ya lo había dicho el cronista Leobardo Cox Tec cuando lanzó la alerta: “El lugar sagrado fue saqueado y como consecuencia se derrumbó el 100% de las paredes frontales y más de la mitad de la escalinata”. Las piedras que daban soporte desaparecieron, arrancadas una a una, como si alguien desarmara con paciencia un rompecabezas centenario.
A mediados del siglo XIX, durante la Guerra de Castas, Mopilá fue destruido y nunca recuperó su esplendor. La iglesia quedó en pie, resistiendo los embates del tiempo, el abandono y la vegetación que empezó a reclamar su espacio. Pero lo ocurrido en octubre fue distinto: un golpe directo, violento, que aceleró su caída.
Víctor Arturo Martínez Rojas, director del Centro INAH-Yucatán, fue claro al reconocer la gravedad: el problema es “latente y real”. No es solo patrimonio dañado; es un símbolo herido. Sin embargo, advirtió que la atención no depende únicamente del Instituto. La restauración —si es que aún es posible— necesitará coordinación entre autoridades municipales, estatales, federales y la comunidad.
Y el panorama no es sencillo. Los seguros para patrimonio histórico difícilmente se activan cuando un inmueble está en condiciones inhabitables, y esta iglesia lleva décadas así. El INAH promete valoración técnica, mesas de diálogo y una ruta para frenar la pérdida, pero sin recursos asignados ni una estrategia interinstitucional, el rescate se siente cuesta arriba.
Mientras tanto, en Yaxcabá la preocupación crece. Gestores culturales y habitantes temen que el templo, testigo de los primeros siglos de evangelización en la Península, termine convertido en un recuerdo más.
Cada día que pasa, la estructura cede un poco más. Cada piedra robada representa una herida. Y Mopilá, silencioso pero consciente, parece preguntarse cuánto tiempo más podrá resistir.
