El amanecer en la comisaría de Santa Rosa, en Maxcanú, Yucatán, se veía como cualquier otro, con el eco del canto de los gallos y el sol lentamente iluminando las fachadas coloniales de la comunidad. Sin embargo, lo que iba a suceder ese día marcaría un punto álgido en las tensiones que han estado gestándose por años entre los pobladores mayas y los propietarios del lujoso Hacienda Santa Rosa Luxury Collection Hotel.
A las primeras horas de la mañana, un grupo de habitantes de Santa Rosa, enérgico y decidido, comenzó a congregarse en los alrededores del hotel, bloqueando su acceso con piedras, ramas y lonas en las que se leía un claro mensaje: “No más discriminación a la comunidad maya”.
La protesta era el reflejo del hartazgo de la gente, que desde hace meses denunciaba intentos de desalojo y obstáculos para su desarrollo por parte de los dueños del hotel, quienes, según los manifestantes, buscaban expandir sus instalaciones a costa de las tierras y derechos de los pobladores.
Los manifestantes, principalmente familias afectadas, coreaban consignas exigiendo justicia y respeto. Las calles resonaban con sus voces, mientras los huéspedes del hotel, en su mayoría turistas, miraban desde la distancia con confusión e incertidumbre.
El bloqueo había paralizado el acceso al lujoso complejo, que es símbolo del turismo de élite en la región, pero también, para los habitantes, representa un símbolo de la opresión y exclusión que sienten día a día.
La chispa que encendió la protesta no fue solo el conflicto por las tierras. Los pobladores denunciaban que los dueños del hotel no solo querían desalojarlos, sino que además habían bloqueado múltiples proyectos de desarrollo para la comunidad. Según los manifestantes, cada vez que el municipio intentaba mejorar la infraestructura de Santa Rosa, el hotel interfería, alegando que las obras afectarían su entorno. Para las familias mayas, esto era una muestra más de la discriminación que venían sufriendo.
A medida que avanzaba el día, la tensión crecía. Algunos líderes de la protesta pedían una mesa de diálogo con los propietarios del hotel, mientras otros advertían que de no recibir una respuesta favorable, los bloqueos continuarían y se intensificarían. En sus palabras, este era solo el comienzo de una lucha que no estaban dispuestos a abandonar. La comunidad exigía que se respetaran sus derechos y que se respaldaran los proyectos sociales propuestos, algo que, según ellos, el hotel había impedido durante años.
Mientras tanto, las autoridades locales intentaban mediar en la situación, pero la frustración de los manifestantes era palpable. Para ellos, esta no era una simple disputa territorial; era una cuestión de dignidad, de exigir el reconocimiento de sus derechos como comunidad originaria. “No vamos a permitir que nos sigan ignorando. Exigimos justicia”, declaraba uno de los líderes, con el puño en alto, rodeado de decenas de personas que asentían en señal de apoyo.
Este bloqueo, aunque pacífico, forma parte de una serie de protestas que han sacudido a Yucatán en los últimos años. En particular, la comunidad maya ha protagonizado varias manifestaciones en busca de mejorar su calidad de vida y poner fin a lo que consideran una constante discriminación. Este año, otros conflictos, como las quejas por el mal servicio de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), ya habían provocado bloqueos en otras comunidades cercanas.
Al caer la tarde, el bloqueo continuaba, y el acceso al hotel seguía cerrado. Los manifestantes aseguraban que no se moverían hasta obtener una respuesta clara. Para los habitantes de Santa Rosa, esta era una lucha por su futuro, por el derecho a vivir en paz y prosperar en sus tierras ancestrales. “Esto no es solo por nosotros, es por las futuras generaciones”, exclamaba una mujer mayor mientras sus hijos pequeños jugaban a su lado, ajenos a la gravedad del conflicto.
Así, en medio de la tranquilidad aparente de Yucatán, la comunidad maya sigue alzando su voz, buscando justicia y reconocimiento, mientras el lujoso hotel, símbolo de lujo y exclusión, permanece en silencio, rodeado por las demandas de un pueblo que se niega a ser invisibilizado.